Al habla Lía, hoy os voy a contar lo que hicimos el sexto
día. También os voy a resumir lo que hicimos ayer.
Ayer fuimos de caminata y a hacer canoeing a Ankavandra,
estuvimos andando un buen trecho hasta que llegamos a un río en el que
empezamos a ir en la canoa. Hoy seguimos estando en la canoa, porque vamos a
viajar en canoa 4 días seguidos para llegar a Bekopaka. Total que como
seguíamos en la canoa cuando nos despertamos nos pegamos un susto tremendo
porque lo que creíamos que era nuestra cama se estaba moviendo río abajo.
Cuando por fin nos despejamos del todo fuimos a coger las provisiones que
teníamos para desayunar, cuando vimos lo que había, casi nos da un infarto, no
quedaba nada. Y no había ningún animal que se lo hubiera podido comer, porque
estábamos en medio de un río y nosotros cinco (Omar, Lucía, Javier, el guía y
yo) éramos los únicos que estábamos en esas cinco canoas y la comida estaba en
la canoa del guía que había estado despierto toda la noche.
Solo nos quedaba una opción y es que alguien de nosotros se
había comido la comida. Creíamos que era el guía pero él nunca come mucho. El
único que es capaz de comer todo eso es...
Nadie, nadie es capaz de comerse la comida de los cuatro
días que íbamos a estar en la canoa.
Al final todos confesamos y admitimos que lo habíamos comido
entre todos, pero y la comida del guía, nadie se la había comido. Descubrimos
que estaba escondida en la canoa de Lucía, ella no sabía porque estaba ahí.
Después de todas las aclaraciones nos comimos todos un poco de la comida del guía
y nos centramos en el viaje. Llegamos a un sitio en el que hacía un poco más de
frío, pero se podía aguantar. El guía nos advirtió algo en una lengua muy
extraña, era la primera vez que nos dirigía la palabra, creo. Nosotros no
entendimos lo que nos había dicho hasta que llegaos a unos rápidos. Nos había
dicho que nos agarráramos muy bien porque venían unos rápidos. Eran tan largos
y daban tantas vueltas, que Lucía y yo nos agarramos de la mano y nos caímos al
agua. Cuando por fin acabaron Lucía y yo subimos a las canoas y el guía nos
curó las heridas que nos habíamos hecho con el rozamiento de las rocas. Nos
dimos cuenta de que los chicos no estaban en sus canoas y les vimos en la
orilla del río subiendo otra vez hasta los rápidos, se tiraron de nuevo y como
en verdad a todos nos habían encantado nos quedamos allí a comer y a seguir
tirándonos por los rápidos hasta que se nos hizo de noche. Nos subimos en las
barcas y seguimos nuestro viaje. Empezamos a contarnos muchas historias de
miedo en las barcas y nos lo pasamos muy bien, pero como estábamos muy cansados
nos metimos muy rápido en los sacos y nos echamos a dormir como unas marmotas
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